BULOS, NEGACIONISMOS Y CÓMO DEFENDERSE ANTE ELLOS
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“A PESAR DE LO QUE LES DIGAN, LAS PALABRAS Y LAS IDEAS PUEDEN CAMBIAR EL MUNDO”.
Con este alegato, lleno de idealismo y esperanza, alentaba Robin Williams a sus alumnos en El club de los poetas muertos. Toda la razón tenía. Sin embargo ahora, en el mundo de la comunicación acelerada, el efecto quizá no está siendo tan positivo. Vivimos en los tiempos del bulo. Tiempos plagados de distintos tipos de negacionismo, y en donde los poderosos tratan de esconder verdades que les incomodan entre cientos de mentiras, para que así sea más difícil perjudicar sus intereses.
Negacionismo es, sin duda, una palabra que está de moda. Prueba de ello es que nunca tantas noticias se habían redactado sobre ella. Ha sido aplicada históricamente a cosas tan dispares como el holocausto –con ese uso despegó el término- o el cambio climático. Pero ahora ha cogido un nuevo impulso con la pandemia de COVID-19. Y se ha convertido en un término que se usa en el debate común casi a diario. A menudo como arma arrojadiza, y a menudo de manera un poco gruesa, como una especie de cajón de sastre en el que entran cosas que no son lo que estrictamente significa el término.
Desinformación, noticias falsas o fact-checking son otros motes que también se han vuelto más comunes por culpa de la influencia de los lobbies y grupos de presión en los medios de comunicación, haciendo cada vez más difícil la tarea, ya de por sí complicada, de descubrir qué es verdad en temas tan complejos como el cambio climático o la pandemia. Y haciendo también más difuso el debate crucial: qué habría que hacer al respecto. No se han acuñado las palabras infodemia o infoxicación por casualidad. Vivimos en tiempos donde hay tal cantidad de “información” que es paradójicamente más difícil que nunca saber qué es verdad y qué un bulo.
El negacionismo se define como la forma de pensar o la actitud que consiste en la negación de hechos históricos muy graves, o hechos científicos comprobados. Por lo general suelen ser hechos recientes. El autor Michael Specter define un fenómeno aún más peligroso, el negacionismo grupal, cuando "todo un segmento de la sociedad, a menudo luchando con el trauma del cambio, da la espalda a la realidad en favor de una mentira más confortable".
En 2010, los historiadores de la ciencia Naomi Oreskes y Erik M. Conway publicaron uno de los libros más importantes sobre esta temática: Mercaderes de la duda, –luego se convirtió también en un fantástico documental- que traza una relación incuestionable entre las tácticas de distintas industrias que tenían el mismo problema: el avance del conocimiento científico iba en contra de sus beneficios.
Tanto la industria del tabaco, como la de los químicos o los CFCs usaban las mismas estrategias y campañas de PR = Relaciones Públicas: en ocasiones usaban hasta a los mismos “científicos”. Su producto era vender dudas. La industria de los combustibles fósiles simplemente “heredó” y copió estas prácticas, perfeccionándolas para tratar de evitar que la legislación ambiental enterrara una gran parte de sus lucrativos negocios.
Una estimación conservadora de Robert Brulle de la Drexel University de lo que se invierte en negacionismo climático –estrictamente cambio climático, sólo en los Estados Unidos– establece un promedio de cerca de mil millones de dólares cada año en la primera década de este siglo XXI.
Definamos los diversos tipos de negacionismo climático existentes:
Negacionistas literales
La simple y llana negación absoluta de que el fenómeno esté teniendo lugar. El expresidente Donald Trump es un ejemplo claro de esta postura. Acostumbraba a calificar el calentamiento global como un “engaño”.
A menudo esta figura, carente de cualquier tipo de prueba, acompaña sus ideas de críticas, usualmente sin pies ni cabeza, dirigidas a la comunidad científica.
Estos perfiles están en peligro de extinción. Ya casi nadie se atreve a decir esto en público por la multitud de pruebas de los efectos negativos y fenómenos extremos cada vez más frecuentes que provoca ya el caos climático.
Negacionistas parciales
Asumen que el cambio climático es real pero malinterpretan deliberadamente las pruebas para retorcerlas hasta que cuadran con su versión de los hechos. Por ejemplo, pueden argumentar que los humanos no son los responsables y que todo se debe a “cambios naturales que han ocurrido siempre”.
Un ejemplo interesante de esto último es Bjorn Lomborg, autor de El ecologista escéptico. Un autor que ha ido variando su posición buscando beneficiarse económicamente, argumentando que, en muchas maneras, el cambio climático supondrá un proceso beneficioso. Sus afirmaciones han sido ampliamente desmontadas por la comunidad científica.
En estas posiciones suele ser también común apelar a la incertidumbre. A que no está todo tan claro.
Negacionistas de la acción necesaria
Una de las posiciones más peligrosas. La negación de la importancia de la acción necesaria también es muy peligrosa porque adormece. Narcotiza. Evita que se consideren los problemas en coherencia con los retos que suponen, y por tanto se tomen medidas acordes a la gravedad del asunto.
Las posiciones negacionistas de la acción necesaria permiten a las corporaciones, lobbies y gobiernos seguir haciendo lo mínimo posible mientras venden sus insuficientes acciones como las adecuadas. Negando que son precisamente estas acciones insignificantes las que evitan que se produzcan los cambios imprescindibles.
Otro recurso suele ser culpar al individuo, a las acciones individuales, buscando perpetuar la división entre las personas que deberían unirse para precisamente provocar un cambio sistémico que atentaría contra los intereses de este tipo de posiciones. No es cuestión de que las acciones individuales no sirvan, por supuesto que lo hacen, pero son indudablemente insuficientes y en ocasiones nos evitan tener que asumir la realidad: o cambia el sistema de producción y consumo o no podremos evitar un cambio climático catastrófico.
Cuando British Petroleum difundió el concepto de ·huella de carbono personal estaba tratando de evitar que las miradas se pusiesen en el sistema o las grandes compañías, para que nos culpáramos entre nosotros.
Negocionista
Otra táctica que les queda a muchas de estas empresas, lobbies, instituciones e incluso gobiernos es: “ya que no podemos negar el problema, al menos intentemos ganar dinero con él”.
El negocionismo climático es característico en muchas empresas que históricamente han pertenecido o apoyado al bando del negacionismo duro, bien por ser parte del sector de los combustibles fósiles o bien por tener intereses en el mismo.
Exxon, Shell, Total, Repsol…
La estrategia a seguir es clara: tenemos que ser capaces de diferenciar verdades de bulos para poder ignorar los mensajes que obviamente esconden un interés, poner al descubierto su estrategia y desvelar sus motivaciones, refutar los embustes que difunden y señalar y pedir responsabilidades a los patrocinadores de estas mentiras.
En conclusión, todas estas versiones tienen en común un peligro: están retrasando la acción imprescindible, por interés o por ignorancia están jugando a la contra de sus propios intereses. Necesitamos darnos cuenta de que solo la cooperación ante retos globales puede resolverlos como es debido. Si vamos cada uno buscando obtener beneficios a corto plazo sin pensar en el bien común, es imposible que salgamos bien parados.