El futuro de la aviación está en el aire
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La aviación es un sector especialmente castigado por las múltiples crisis que se están solapando. La pandemia golpeó a muchas empresas, llegando a quebrar una centena de ellas durante el periodo 2020-21, y muchas otras no cayeron porque los gobiernos las rescataron, ahí están los casos de Lufthansa en Alemania, Air France o la española Air Europa.
Ahora, cuando las restricciones ya se han relajado muchísimo en casi todo el mundo, el problema que han tenido muchas de estas compañías es que al volver a soportar una carga de trabajo cada vez más parecida a la de 2019, no tenían plantilla suficiente y no abunda el personal dispuesto a según qué trabajos. No es tan fácil como puede parecer el volver a la normalidad tras un shock como el del coronavirus. Y no es tan fácil también porque hay, como mínimo, otros dos factores que hacen que el futuro de la aviación esté en el aire. La crisis climática obliga a ir acercándonos hacia combustibles bajos o nulos en emisiones al máximo posible: biocombustibles, hidrógeno, parecen ser las mejores opciones. Parecen.
Porque el otro gran problema es el energético. Y ahí cada vez es más evidente que las cosas se están complicando. Para mucha gente no muy informada, la guerra parece ser el motivo de la crisis energética que está afectando gravemente al mundo entero. Sin embargo, esta crisis venía dando señales de recrudecimiento desde mucho antes de que comenzara la guerra. El conflicto no ha hecho más que acelerar una caída que ya venía con mucha inercia.
El combustible de los aviones se ha encarecido muchísimo. El queroseno y el gas licuado del petróleo han subido un 88% en Nigeria desde el junio pasado al actual. Por eso, el país africano, aprovechando una situación generalizada de aumento de precios –en el mundo ha subido un 86% en el mismo periodo– ha priorizado la venta de combustible al exterior respecto al consumo interno, y ha llegado a prohibir los vuelos domésticos. No ha sido el único país con restricciones. La lista de países con problemas energéticos graves, como apagones rotatorios, va creciendo.
Estamos acercándonos cada vez más a un futuro en el que volar será mucho más caro, habrá menos compañías, menos vuelos y menos combustible. Eso puede agravar una tendencia peligrosa que se viene dando: agrandar aún más la desigualdad. En 2018 solo el 11% de las personas del planeta volaron alguna vez. Pero ese dato no es nada comparado con el siguiente: el 1% de la población es la responsable de más del 50% de las emisiones. Repito. Más de la mitad de las emisiones del sector de la aviación las genera el 1% de la población.
Volar es una cuestión de clase, uno de los sectores donde más se ven las desigualdades. Que esta situación se agrave –ocurrirá si solo dejamos que el mercado “ordene” vía precios- es algo que no podemos permitir que ocurra.
¿Deberían prohibirse los jets privados? En mi opinión, sí. Su tasa de emisiones per cápita es enormemente más elevada y mandaría un mensaje muy interesante al resto de la población. ¿Debería haber una cuota de vuelos? ¿Quizá una especie de cartilla con un límite? Esto es más discutible, pero sin duda nos encaminamos hacia un mundo en el que la aviación va a reducirse hagamos lo que hagamos. Racionar de manera racional siempre será mejor que racionar de manera que solo unos pocos puedan acceder a surcar los cielos y contaminar una atmósfera que es un bien común. Es tan tuya como de Jeff Bezos.
Volviendo a las opciones de futuro como los biocombustibles o el hidrógeno, los supuestos combustibles de aviación sostenibles (CAS), hay que comprender un par de cosas antes de decidir si son opciones realistas y con futuro.
Los biocombustibles tienen un rendimiento energético muy bajo, y no podemos dedicar mucha tierra a su producción en un momento en el que el sistema alimentario también va a ir sufriendo la presión provocada por el encarecimiento de los precios de la energía –que a su vez repercutirá en los precios de los alimentos–, y aunque se usarán también aceites vegetales, estas opciones no son tan sostenibles como podría parecer.
Respecto al hidrógeno hay muchos motivos para descartarlo como una apuesta fiable:
- Es altamente inflamable lo cual supondrá mucho riesgo y el cambio/adaptación de mucha de la infraestructura de los aeropuertos, controles de seguridad de los aviones, etcétera.
- Es energéticamente menos rentable. El proceso de electrólisis para “producir” hidrógeno supone unas pérdidas tremendas y no va a haber manera de hacer este proceso mucho más eficiente.
- Las emisiones: Por si con todo lo anterior no fuera suficiente, el potencial de generación de gases de efecto invernadero del hidrógeno ha sido claramente subestimado. La molécula de hidrógeno es muy pequeña y tiene una tendencia altísima a filtrarse hacia la atmósfera, provocando que al unirse con otras moléculas se formen compuestos como el metano, cuyo poder de calentamiento es mucho más elevado que el temido dióxido de carbono.
Concluyendo al respecto del hidrógeno: en un momento en el que se va a hablar mucho de estas “soluciones” hay que comprender que, además de las limitaciones ya expuestas, muchos sectores van a exigir su cuota de hidrógeno y la propia estrategia europea del hidrógeno reconoce que la Unión Europea será incapaz de suministrarse el suficiente hidrógeno como para ser autosuficiente, y por eso ha firmado ya acuerdos con muchos países, de África sobre todo, para importarlo desde fuera. Esto nos acerca a modelos neocoloniales muy peligrosos inestables e injustos.
Resumiendo: prácticamente todos los sectores van a experimentar fuertes contracciones durante la era del descenso energético que ya estamos empezando a transitar, pero algunos van a estar más expuestos que otros, y el transporte aéreo es uno de los que más van a sufrir. Es inevitable una reducción del número de vuelos, tanto para cumplir con los márgenes de la cuestión climática, como por la cada vez mayor escasez de combustibles y energía neta que vamos a experimentar en las próximas décadas.