Infoxicación y el control de la información
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Decía Albert Camus que un país vale lo que vale su prensa. Cómo será de terrible la libertad de prensa en el mundo, para que España aún sea el país número 32 de la lista. Aunque hemos perdido tres puestos, el descenso de calidad es tan generalizado en un mundo repleto de fake news, que camufla el esperpento mediático de los últimos años. Pero el caso español puede ofrecer lecciones válidas para el resto de países: al final, muchos de estos fenómenos son casi universales, y las maneras de enfrentarlos también.
Según el reciente informe de RSF (Reporteros sin fronteras) que podéis consultar aquí, anteriormente nunca hubo tantos países con una situación “muy grave” en lo que a libertad de prensa se refiere. Poco se está hablando de esta situación y lo que supone para el devenir de los pueblos, de la vida.
Es muy llamativa la clasificación: por encima andan los países nórdicos, con Noruega, Dinamarca y Suecia en las tres posiciones de cabeza, España se sitúa por detrás de países como Alemania (16º) o Gran Bretaña (24º), y también de otros quizá más sorprendentes como Costa Rica (8º) o Jamaica(12º), que aguantan entre los primeros puestos, pero se encuentra mejor situada que los Estados Unidos de Fox News y el asalto al Capitolio (42º) o que la Italia de Berlusconi (58º).
Hace poco –el 3 de mayo- fue el día de la libertad de prensa. Un día que Julian Assange y tantos otros periodistas e informadores pasaron o entre rejas o exiliados. Pero no son casos únicos. Hay cientos de periodistas en esa misma situación, y en una mucho peor. 45 periodistas fueron asesinados en 2021 (es una cifra horrible pero que al menos va en descenso respecto a otros años). Una lista en la que México y Afganistán se llevan la palma como los países donde es más peligroso informar, con 7 y 6 víctimas en el pasado año, respectivamente.
Aunque estos son los casos más extremos, hay varios lugares del mundo donde las censuras no son tan duras, pero sigue siendo muy complicado ejercer el derecho a informar con libertad, sobre todo si se roza al poder.
Son muchos los casos de periodistas apartados, desprestigiados, despedidos de los grandes medios en cuanto se atreven a tratar temas o personas intocables desde según qué posiciones. En España el periodista Jesús Cintora es un buen ejemplo de ello, apartado por su claridad en la denuncia de los escándalos del rey emérito. En otros países en vez de el rey, el enemigo intocable puede ser una empresa o un millonario.
En tiempos de infoxicación ¿de quién fiarse? Cuatro consejos de administración controlan el 80% de las audiencias de televisión y radio en España. Y además, nos encontramos fuertes lazos del poder político con muchos de estos medios. Que no solo no van a criticar o investigar a sus accionistas y anunciantes, sino que difícilmente lo harán con los Gobiernos que también les sustentan con contratos publicitarios o con los partidos políticos con los que tienen lazos directos.
A este panorama ya dantesco, hay que sumarle una nueva tendencia en auge en el mundo, los multimillonarios, que ahora directamente se compran redes sociales o que poseen cada vez más intereses en el sector. Elon Musk, el hombre más rico del mundo, se acaba de comprar Twitter; el segundo, Bezos, posee Amazon, que tiene su sucursal de generación de contenidos, y además compró no hace mucho el Washington Post; Zuckerberg, otro de los más ricos, posee Facebook, Instagram y Whatsapp. Los magnates no sólo están posicionándose en un sector que genera influencia, es una cuestión de poder, de datos. De control.
Todo este panorama pinta una situación muy dura y complicada para los periodistas que desean hacer un mundo mejor, porque ese hipotético mundo suele chocar con los intereses de los más poderosos. Y ya no es tan simple como buscar un medio de la competencia e informar, cuando casi todos los grandes medios sirven a los mismos intereses –al menos a la misma filosofía neoliberal de que los negocios son lo primero- simplemente, no hay dónde acudir.
El espejismo de aparente pluralidad se mantiene para tratar de llamar menos la atención sobre uno de los fenómenos más peligrosos para el futuro de la raza humana. Y no exagero. Si no hay información veraz, no hay manera de solucionar problemas con efectividad, de elegir correctamente como sociedad, justo cuando tenemos algunos de los retos más cruciales enfrente que jamás hayamos tenido que enfrentar.
Las élites suelen vivir alejadas de la realidad. En burbujas de lujo insonorizadas, y con un tren de vida cuya dulce melodía las incapacita para escuchar las alarmas que sí se escuchan en un nivel inferior. Las alarmas que están sonando desde hace muchos años pero nunca parecen ser escuchadas. Las alarmas de un mundo que sufre ya un cambio climático catastrófico, que va aumentando a un ritmo cada vez mayor, y al que además se le une, como un siamés, la crisis energética, que está provocando el encarecimiento de muchos de los recursos clave.
Ante esta situación, se necesita más que nunca una prensa valiente, libre de presiones, que ayude a generar un caldo de cultivo social que es el que permite que los cambios a mejor puedan ocurrir. Hay ejemplos muy dignos de ella. Pero son minoritarios. No tienen el alcance de las grandes cadenas y dependen de las aportaciones de los suscriptores o socios, a millones de años luz de la financiación –envenenada- que pueden ofrecer los poderes económicos.
Pero hay otras dos vías: una es la infiltración clásica, el ir consiguiendo espacio donde antes no lo había. Hay algunas personas en mi país que lo están consiguiendo con estos temas tan cruciales, pero sigue siendo insuficiente. Por mucho espacio que puedan conseguir Antonio Turiel, Yayo Herrero o Fernando Valladares sigue siendo una gota –que suma, pero una gota- en un océano totalmente contaminado y podrido.
La otra vía es más radical, pero en algún momento la tendremos que aprender a ejercitar, por la cuenta que nos trae. Habría otras palabras más atrevidas para definir esta opción, yo usaré aquí rescatar, al crucial cuarto poder, de las garras de los otros tres.