It's The End Of The World As We Know It (Y no me siento bien)

>>> 4 minutos

Que nos estamos cargando el planeta es algo que tenemos peligrosamente asumido, pero eso no debería ser lo más preocupante. Los R.E.M. seguro que me permitirían la licencia de alterar el título de su irónico tema para advertir que no nos sentimos bien ante la sensación constante y cada vez más cercana de que nuestro mundo se acaba.

En 1945, tras estallar la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki, algunos de los científicos que participaron en el Proyecto Manhattan espeluznados ante las consecuencias de sus propias investigaciones y con el patrocinio por el mismísimo Albert Einstein entre otros, se reunieron en la Universidad de Chicago para tratar de otorgar a la humanidad una especie de indicador de la cercanía de su propio fin, de lo cerca que nos estamos aproximando como especie, al abismo de su desenlace sin retorno posible, un apocalipsis con todas sus letras.

Esta advertencia del mundo científico para hacer saber a los líderes y personas poderosas en el mundo que ahondaban por una senda errónea que nos llevaba a todos al límite, a punto de atravesar la frontera, de cruzar nuestro Rubicón personal. Este grupo de científicos cuenta con su propia publicación, el Boletín de los Científicos Atómicos que ya desde su principio adopta como símbolo un reloj con una manecilla aproximándose a las 12 (“La hora final”). Esta manecilla se va adelantando a atrasando de manera periódica, en función de la mayor o menor tensión internacional. Las oscilaciones que ha tenido este imaginario reloj del fin del mundo desde su creación han sido considerables. En su origen se puso simbólicamente a siete minutos de la “hora fatídica” pero en 1953 llega a colocarse a dos minutos de la hecatombe, coincidiendo con la explosión de la primera bomba de hidrógeno, una nueva arma aún más devastadora que la bomba atómica creada en pleno contexto de la Guerra Fría. Tras superar la crisis de los misiles de Cuba, en la que las dos superpotencias, EEUU y la URSS se plantearon apretar el temido “botón rojo”, en 1962 los científicos consideran colocarlo a menos siete minutos. En el orwelliano 1984 se recoge otro de sus puntos más críticos, llegando a los menos tres minutos. Era plena época Reagan, en un momento delicado entre los dos bloques, Afganistán había sido tomado por la Unión Soviética, la tensión era palpable. Tras ello viene el relajo. En 1990 cae el muro de Berlín y es percibido con esperanza como el inicio de una era, alejando el reloj diez minutos de su fatal desenlace. Un hito en su corta historia, que sería superado al año siguiente, siendo colocado a menos diecisiete minutos, al dar por concluida de manera oficial, la Guerra Fría y coincidiendo con la disolución de la URSS.

En el siglo XXI, circunstancias que son tomadas como nubes negras para un horizonte de paz, como fueron los atentados del 11-S, las guerras en Irak y Afganistán, lo hicieron acercar a menos siete minutos. En 2007 un nuevo acontecimiento adelanta la manecilla hasta cinco minutos del borde. Se trata de Corea del Norte y el inicio de sus pruebas de armamento nuclear. Los científicos advierten que no solamente hay más armas nucleares en el mundo, sino que además estas se encuentran más repartidas, con nuevos actores como India o Pakistán.

A principios de este año el reloj marca un nuevo y triste récord debido, entre otros problemas, al armamento nuclear, al cambio climático (ya en modo de emergencia) y a las tecnologías disruptivas. Se sitúa a 100 segundos de la medianoche, y como manifiesta Hank Green, el comunicador científico invitado este año a presentar el momento actual de este fatídico marcador, “no es una buena noticia”. Esta metáfora de lo cerca que nos aproximamos a nuestro final debería servir para ahondar en la tarea para asegurar un planeta más sano y estable. Al menos así piensa la presidenta y CEO del Boletín de los Científicos Atómicos, Rachel Bronson, que insiste en el esfuerzo que hemos de seguir realizando para alejar las manecillas de la medianoche.

Nos encontramos atrapados en un momento peligroso, que no trae ni estabilidad ni seguridad, y en el que los desarrollos positivos conseguidos el año anterior no han sido capaces de contrarrestar las tendencias negativas. Esto es lo que lamenta la profesora de investigación en el Instituto de Ciencia y Tecnología de la Universidad George Washington y copresidenta de la Junta de Ciencia y seguridad del colectivo. Recordemos que esto fue previo a la invasión de Ucrania por parte de Rusia, aunque teniendo en cuenta este peligro como factor.

Pero como he iniciado este artículo, cargarnos el mundo no es lo que más debería preocuparnos, y me voy a explicar. El planeta Tierra ha conocido cinco grandes extinciones masivas a lo largo de toda su existencia. En 1982 en la Universidad de Chicago, los paleontólogos cuantitativos David Raup y Jack Sepkoski, realizaron un balance de las peores extinciones de carácter masivo a las que llamaron las “cinco grandes” (algunos hablarían de seis, si se incluye la que tuvo lugar a finales de época Guadalupiense que resultó sorprendentemente perjudicial para la biodiversidad). Ese grupo comprende la del Pérmico-Triásico, la mayor extinción masiva de todos los tiempos, que tuvo lugar hace casi 252 millones de años y que erradicó a la práctica totalidad (un 95 por ciento) de las especies marinas.

A lo largo de la existencia de la vida en el planeta han tenido lugar muchas catástrofes y contratiempos que han hecho peligrar su permanencia y continuidad. Con el tiempo los geólogos, a partir del estudio de estas grandes extinciones, han descifrado patrones y han encontrado causas comunes, comprobando que muchas de ellas han estado relacionadas con la disminución del oxígeno en los océanos, que es un síntoma del calentamiento por efecto invernadero.

Por muchas perrerías que le hagamos al planeta, "la vida se abre camino". La frase que se encargaría de inmortalizar para la gran pantalla Jeff Goldblum, encarnando al matemático especialista en la teoría del caos Ian Malcolm en Jurassic Park de 1993, basada en la novela de Michael Crichton, debería resonarnos porque así es tal cual. La vida siempre se abre camino, y así lo hará cuando nosotros ya no estemos.



Por tanto, no nos debería preocupar tanto acabar con el planeta (que también) como el empeño que le estamos poniendo a la extinción como humanidad. El hombre en su prepotencia antropocentrista, se cree que puede acabar con el planeta, aunque tecnológicamente está aún muy lejos de poder hacerlo. Eso no debería suponer ningún alivio sin embargo, porque en su caminar no deja de ahondar en todo tipo de medidas desadaptativas y de estilos de vida vinculados a un modelo socioeconómico biocida. Un sistema que concentra la riqueza hasta extremos absurdos y que aumenta descontroladamente el consumo de recursos por encima de las posibilidades materiales del planeta está condenado a colapsar. La filósofa, escritora y activista Susan George lo lleva denunciando desde hace décadas. “El capitalismo es un sistema devorador de personas e ideales”, afirma George, al igual que sostiene que existen fuerzas interesadas en perpetuar el desempleo, la injusticia, la pobreza y la destrucción del medio ambiente. El profesor de física en la Universidad de Oxford Raymond Perrehumbert señala como hace más de medio siglo que tuvieron lugar las primeras advertencias sobre la crisis generada por el calentamiento global. “Nada se ha avanzado” se lamenta, apostando por la necesidad de emprender acciones concretas y urgentes ya que “No todo está perdido”. Esto es lo que pensamos millones y millones de ilusos repartidos por todo el mundo (más de los que creemos), pero para eso debemos perder menos el tiempo -el dinero y la vida- en enfrentarnos entre nosotros, y emplearlo más en trabajar codo con codo en salvar el mundo. Tic, tac, tic, tac.

 

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Javier Terrádez

Activista y creador de contenidos.

01 abril 2022 — Javier Terrádez

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