La crisis alimentaria que está llegando y cómo reaccionar ante ella

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El sistema alimentario está empezando a adentrarse en una gran crisis. Y, al parecer, esto simplemente acaba de empezar. Un viraje de 180 grados es necesario para que el sistema alimentario se adapte a las situaciones críticas que estamos viviendo ya, y a algunas que están por venir y que ya se encuentran a la vista de quien se atreva a mirar.

Hace pocos días, la India prohibía las exportaciones de trigo, y el precio se disparó inmediatamente. Indonesia, el mayor productor y exportador con diferencia de aceite de palma, también ha hecho lo mismo con su producto estrella durante más de un mes. En total ya 23 países han introducido medidas proteccionistas para el sector alimentario y otros tantos lo han hecho con los fertilizantes. Esta es una tendencia que tiene todas las papeletas de ir en aumento en el mundo post-guerra de Ucrania, que no será el mismo mundo.

Tampoco se puede contar mucho ya con dos de los grandes productores de cereales y fertilizantes, como son precisamente Ucrania y Rusia, al menos mientras permanezca el conflicto en curso. Y estos son solo algunos de los casos más flagrantes, pero hay muchos más. Eso sí, que nadie se lleve a engaño, la situación venía larvándose desde mucho antes de la invasión rusa y los motivos principales no son ni bélicos ni coyunturales.

Son principalmente energéticos y permanentes. Sistémicos.

De hecho el sistema alimentario es un sistema complejo, y las dinámicas de estos sistemas les hacen susceptibles de sufrir disrupciones que se extienden por toda la cadena. Un colapso a lo efecto mariposa no es descartable a medio plazo en toda la cadena alimentaria.

Comemos combustibles fósiles.

Y no sólo porque se necesiten para transportar o refrigerar tanto los alimentos como las materias necesarias en la estresada cadena de suministros, sino porque, directamente, una parte de los combustibles fósiles que extraemos se utilizan también en la producción de pesticidas, y sobre todo, de fertilizantes para la “agricultura moderna”. Cerca de un tercio de toda la energía usada en el sector agrícola se utiliza para la fabricación de fertilizantes inorgánicos.

Si sube el precio de la energía, sube el de los fertilizantes, el transporte y casi todos los procesos productivos. Ergo, la escalada de precios de los alimentos es inevitable, y por ello la FAO anticipa una crisis alimentaria global peor que la de 2011 durante este año. Todo esto sin contar con la especulación de los mercados financieros, siempre tan inteligentes y oportunos en la asignación de recursos como lo han sido hasta la fecha. 

Los graneros del mundo se secan.

Nos hemos vuelto completamente dependientes de unas sustancias que han incrementado enormemente el rendimiento de la agricultura, pero que a su vez degradan las tierras de cultivo y se basan en una inyección continua y creciente de energía –cada vez más escasa– que literalmente se lanza y se desparrama por el suelo. La mal llamada “revolución verde”, que en realidad fue negra –color crudo- nos hizo creer que podríamos dejar atrás el fantasma del hambre para siempre, un sueño del que podemos despertar abruptamente con verdaderas pesadillas. 

La embriaguez que nos ha producido la abundancia energética de la era fósil nos ha llevado a alterar el metabolismo del sistema Tierra. Cambiamos el equilibrio trófico de nuestro planeta, nos apropiamos de los ciclos biogeoquímicos esenciales (del nitrógeno, del fósforo, del agua) para que la Tierra nos sirviera, aupados en montañas inmensas de energía. No importó que rompiéramos el equilibro, no importó que envenenáramos su metabolismo.  

No vimos que la agricultura había pasado a depender de la minería y de otras actividades extractivas. Es decir, que el suministro mundial de alimentos depende a su vez de una cadena hipercompleja y del suministro de otros recursos aún más limitados. Y que, por tanto, se había vuelto totalmente vulnerable a su escasez y agotamiento. Convertimos algo tan íntimo y sagrado como era cultivar en una actividad de mina, de extracción, de destrozo. 

Todo ello nos encamina a una situación crítica, en el que el aumento de precios es prácticamente inevitable, y viene provocado por varios factores. El más estúpido y fácil de solucionar es poner freno a la especulación con algo tan sagrado como los alimentos. Los otros, energéticos, termodinámicos, por las consecuencias de la guerra, son mucho más difíciles de evitar.

Vamos a una situación en la que muchos países del Norte de África, que eran dependientes de las cosechas de cereal del Este de Europa van a sufrir más que otros países, que podrán aguantar mejor simplemente con una inflación elevada. Pero en otros estaremos hablando de muertes, de hambrunas. Quizá este mismo invierno se pueda descontrolar el asunto, dependerá de cómo lleguemos ahí.

Es importante introducir un matiz crucial aquí: aunque las recetas varían por los diferentes contextos, hay algo que es muy obvio y que sí que debería ser aplicado en todos los países, a distinta escala. Una máxima: el triaje civilizatorio obliga a sostener lo esencial y abandonar lo superfluo.

Los sistemas agroalimentarios han de mutar a lo agroecológico sin dilación, pero no de la noche a la mañana. Ya que recientemente en Sri Lanka –un país que hace poco vivía relativamente cómodo y que está viviendo un colapso- se ha comprobado que eso puede ser una mala idea. 

Las recetas de la permacultura son imprescindibles, de la agricultura de proximidad, de kilómetro 0. En esas ideas está la base para hacer el triaje de manera correcta hacia una sociedad mejor que se pueda sostener de verdad. Agua, comida, sanidad, educación, todos estos bienes y servicios son esenciales y han de ser mantenidos a toda costa. Hay muchos otros bienes y servicios que no lo son tanto y necesitan a todas luces ver reducido su consumo y su impacto. 

Y todo esto no puede hacerse sin planificación. De hecho, uno de los motivos por los cuales el sistema está tan podrido es porque se ha dejado al “libre mercado” dirigirlo. Que, además de otras contradicciones, de libre tiene poco cuando las manos más poderosas marcan el ritmo. Hay que buscar recetas de planificación que permitan abordar esta encrucijada en la que cada vez más problemas vienen a recordarnos que nuestro planeta tiene límites. Y el hambre es el límite, la frontera definitiva, entre el caos y el orden.

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Juan Bordera

Journalist and content creator.

24 mayo 2022 — Juan Bordera

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