La tecnología os hará libres
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“El trabajo os hará libres”
Así rezaba el cartel a la entrada de los campos de concentración nazis durante la segunda guerra mundial que daba la bienvenida a sus inquilinos. El eslogan prestado de un programa para acabar con el desempleo en tiempos de la República de Weimar, que tiene un origen literario (la novela homónima de Lorenz Diefenbach), no podía condensar más crueldad y cinismo. El trabajo, su obligatoriedad, sus condiciones y su mejor o peor remuneración ha sido en clave en la perpetuación de sistemas sociales desde tiempos remotos. Desde la Revolución Industrial estos paradigmas han continuado en constante evolución, acelerados por la incorporación de nuevas tecnologías. Son precisamente estas tecnologías las que han permitido mejorar la producción, al conseguir acelerar procesos que antes eran completamente manuales.
En la actualidad estamos llegando a curiosas e inexplicables paradojas en nuestra relación con la tecnología como sociedad. Mientras que la teoría nos vende que la automatización nos puede liberar tanto de trabajos tediosos como peligrosos, la realidad nos dice que para poder disfrutar de los millones de dispositivos electrónicos como smartphones, tablets y ordenadores en el primer mundo, decenas de miles de menores de edad tiene que arriesgar su vida diariamente metiéndose en los infames agujeros de las minas de coltán en la República Democrática del Congo (donde se encuentran el 80% de minas de este codiciado mineral). Pero la truculencia tiene su vuelta de tuerca, ya que alguno de estos móviles (y no pocos) acabará sirviendo para entretener a un adulto en un juego de minería en el que te recompensan por extraer materiales del subsuelo. Pero qué sería del siglo XXI sin sus contradicciones. Contradicciones e incertidumbres parecen ser los signos de los tiempos.
Pero prosigamos. Estamos desarrollando tecnologías que sustituyen al ser humano, no solo para tareas físicas, sino también para otras de asistencia o atención personal. En algunos restaurantes que te atienda un robot es ya una realidad, pero es en el campo sanitario donde se quiere implementar para llegar a sustituir al humano que tuvo que pasar años estudiando la carrera de Medicina. Con el desarrollo de las inteligencias artificiales, se quiere pasar la última barrera, la que tal vez convierte al humano en el más peculiar de los animales que pueblan la faz de la Tierra, que es la capacidad de creatividad artística.
En 2020, los atrevidos y originales diseños de Nikolai Ironov maravillaron a sus clientes que le habían encargado logotipos e identidades de marcas para sus empresas. Cafés, bares, influencers, youtubers, apps, productos de consumo, etc. todos ellos aprobaron y acabaron usando sus creaciones como diseñador gráfico, sin saber que ese empleado del estudio Artemy Lebedev tenía algo de especial, que no existía. Al menos no como humano. Nikolai Ironov era un nombre ficticio, en realidad estos aplaudidos diseños eran obra de una red neuronal, un sistema de inteligencia artificial (IA) capaz de analizar la identidad de marca, el nombre, su eslogan o la descripción de los servicios a los que se dedica la empresa, para generar imágenes previamente condicionadas por el brief de los clientes. Pero no abandonemos toda esperanza… antes de enseñarle las propuestas a éstos, existe un filtraje humano que selecciona y descarta. El engaño de la aparente humanidad de Ironov se mantuvo durante un año, tiempo en el que no paró de trabajar y de cosechar éxitos.
Parece que le hemos dado la vuelta a la tecnoutopía en la que los humanos creaban la tecnología que los liberara del tedioso trabajo y que ello les permitiera dedicarse en exclusividad a las tareas que lo elevan como ser, la cúspide de la pirámide de Maslow. Sin embargo estamos en 2022 y esto no parece ser así. Con el metaverso a la vuelta de la esquina, hay quien podría pensar que estos sólo deberían existir para hacer únicamente las cosas que no son posibles hacer en el mundo real, con el fin de que no se presenten como una mera sustitución de éste, ¿Pero acaso no sería equivalente a decir que la literatura tan solo podría ser de género fantástico y no realista?, o que el único arte válido es el surrealista o abstracto, porque para una representación fiel de la realidad ya está la propia realidad.
Este es otro de los dilemas a los que nos tendremos que enfrentar en el futuro próximo, el uso de los mundos virtuales que interconecten a las personas, y su regulación.
De momento es una incógnita hasta dónde llegará su implantación en la sociedad, pero que una compañía como Facebook realice una jugada empresarial tan arriesgada como el cambio de nombre a Meta, hace pensar que las tendencias puedan orientarse hacia este tipo de tecnologías. Además no es cosa tan sólo del cerebrito Mark Zuckerberg, otros gigantes como Google, Microsoft o Nvidia, también están apostando por el Metaverso. Es más, sería injusto obviar que existen otros actores de menor tamaño, disidentes que plantean otras formas de aplicación de esta tecnología de manera descentralizada. Tal vez las fantasías cinematográficas que vimos en películas como 'Los Sustitutos' (2009) o 'Ready Player One' (2018) no queden tan lejanas en unos pocos años, aunque aún queda pendiente el desarrollo de dispositivos que nos permitan conectar e interactuar con esta nueva realidad virtual de una manera plenamente satisfactoria. Mientras que sentidos como la vista y el oído ya han quedado complacidos por la tecnología existente, para el resto —tacto, el olor, gusto—, aún queda un largo camino por recorrer. No obstante, La tecnología se construye socialmente, no hay un determinismo tecnológico donde el desarrollo de este presente una linealidad y sea acumulativo, conduciendo al progreso. Es más complejo y sistémico que todo esto. Hay una correlación de fuerzas en la construcción de la tecnología, las innovaciones son fruto de la resolución de las tensiones que se producen entre diversos conflictos de intereses de un conjunto de actores hasta llegar a una especie de consenso provisional.
Sin duda nos aguardan unos años cruciales en los que el ser humano deberá saber gestionar con habilidad la tecnología, no solo para la búsqueda de su bienestar sino simplemente para asegurarse su propia existencia. Estamos en un momento crítico a nivel energético y de recursos materiales, e inmersos en una emergencia climática, que debería condicionar el rumbo tecnológico. La generación más joven ya es consciente de que “no hay planeta B” y de que va a heredar un planeta A muy viciado por las dinámicas de sus predecesores y un sistema económico insaciable que antepone beneficios en el presente a una sostenibilidad futura. No sabemos qué papel jugarán estos u otros avances tecnológicos pero no dudamos de que tendrán su importancia y que iremos viendo cómo toman forma en la próxima década.