¿Por qué todas las guerras son estúpidas pero esta aún lo es más?
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Antes de hacer un análisis más frío y material, dejadme comenzar con una verdad como un templo: el sufrimiento que genera una guerra no es cuantificable, no se puede medir. Nadie puede contabilizar las heridas que no se ven, que además suelen ser las que más pesan con el tiempo, las más incurables. Por lo tanto, imaginaros, no hay rasero ninguno que sirva para medir el dolor que podría provocar una guerra que afectara al mundo entero, como algunos parecen demandar ahora para el conflicto en Ucrania.
Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen, como dijo aquel hombre bueno y sabio cuando tenía que salir a dar una charla, y justo entonces, se enteró de la muerte de su hijo, un periodista inocente, en la última guerra de Irak.
Hecha la entradilla, una aclaración: este no es un texto sobre razones geopolíticas o sobre qué bando ha cometido más barbaridades. Entre otras cosas porque la respuesta es obvia, a corto plazo es el tirano de Putin, que es el invasor y al que hay que pararle los pies. A largo, la OTAN. Quien se atreva a negarlo que aporte media prueba. No podrá. No hay más que mirar la lista de invasiones “para garantizar la paz” de uno y de los otros. A orwellianos a los occidentales no nos gana nadie.
Una vez están claras las posiciones de entrada pasemos al meollo del texto. Quiero responder a la pregunta del título: todas las guerras son estúpidas, pero esta lo es más.
En la Facultad de Economía, en primero de carrera, te enseñan –al menos cuando yo estudié- un concepto que por lo que sea permanece en mi cabeza: la Frontera de Posibilidades de Producción (FPP, a partir de ahora). La FPP refleja las cantidades máximas de bienes y servicios que una sociedad es capaz de producir en un determinado período y a partir de unos factores de producción y unos conocimientos tecnológicos concretos. Bien. Seguramente ya me sigues, lector, ya sabes por dónde voy.
Estamos en una situación de crisis energética global que comenzó años antes de la pandemia, que ésta agravó, y que ahora –mientras escribo estas líneas el barril de petróleo de referencia el Brent supera ya los 114$- viene a darnos otro empujón hacia el abismo de la escalada de precios.
Pero es que además, los fertilizantes con los que fabricamos nuestra comida, dependen en buena parte del precio del gas. Ese gas que se ha encarecido de una manera brutal –ha cuadruplicado su precio durante el último año- y que no tiene pinta que vaya a dejar de hacerlo teniendo en cuenta lo estratégica que es Ucrania como ruta de paso de gasoductos. Y lo que supondría para Europa quedarse sin el gas fósil ruso. Actualmente Europa importa más del 40% del total desde allí. A pocos se les escapa que el control del mercado del gas es uno de los principales motivos de este conflicto.
Y además, por si no bastara, tenemos un problema de magnitudes bíblicas con el cambio climático. Recién se acaba de publicar otro informe demoledor del IPCC –el organismo de la ONU encargado de recopilar el conocimiento científico de vanguardia durante 7 años-, y las conclusiones, resumidas, son las siguientes:
-La mitad de la población mundial vive en zonas muy vulnerables al caos climático. 3600 millones de personas.
-Escasez de alimentos y agua. Y cosechas en riesgo. A partir de 2ºC de aumento, el caos.
-Ninguna región a salvo del cambio climático.
-Más fenómenos extremos e impactos irreversibles con cada décima de aumento.
-Extinción en marcha: desde árboles hasta corales. La Sexta Extinción Masiva.
En fin, hay gente que se empeña en no entenderlo, pero oye es que el planeta tiene límites. Materiales, atmosféricos, termodinámicos. No hay más. Lo que parece que no los tiene, como dijo otro sabio, es la estupidez humana.
Con lo fácil que sería entender que no podemos ganar si seguimos peleando entre nosotros. Que los problemas globales o los resolvemos entre todos o no hay manera. Bienvenidos al dilema del prisionero global en el que estamos todos y todas insertos.
En este momento definitivo para el devenir de nuestras sociedades, podría ser muy útil comprender que las bombas nucleares solo sirven para una cosa: para darnos cuenta de que nos hemos pasado del límite de lo tolerable y ha llegado el momento de frenar todo lo que podamos la carrera armamentística. Es una carrera hacia ninguna parte que dilapida recursos, energía y talento. Que imposibilita que aprovechemos las posibilidades de nuestra FPP. La de cosas que podríamos hacer con todas las materias, energía y horas de trabajo que hacen falta para fabricar todas las armas.
El ejército de Estados Unidos contamina más que 140 países enteros. El gasto energético de la industria bélica mundial daría para hacer una parte importante de la transición energética. Cuando no tengamos tanta energía disponible, ¿qué pensaremos de estos tiempos locos que nos ha tocado vivir? ¿Qué pensarán las generaciones que vienen? Pensarán que estábamos ciegos, que las fronteras y pequeñas diferencias culturales no nos dejaron ver que en el fondo estábamos en el mismo océano, ese que es capaz de engullir una buena parte de nuestra civilización si no ponemos freno, y rápido, al “desarrollo” y al “crecimiento”. El crecimiento te lleva a expandirte, y eso, en un planeta finito, a chocar.
¿Significa eso que todas las guerras son malas y estúpidas? Sí, sin duda. ¿Significa eso que hay que evitarlas todas? Desgraciadamente, no. Si hay un enemigo que quiere destruirte y conquistarte no vas a estar con la paz en la boca todo el tiempo. En algún momento no podrás más y te defenderás. A Hitler había que pararle los pies. Pero no comparemos aquello con esto, por favor.
Esta guerra solo se entiende desde las posiciones imperialistas. Las posiciones anacrónicas y obsoletas que nos han llevado continuamente a chocar entre pueblos y culturas que no son tan diferentes. Era comprensible que fueran las posiciones que nos llevaran hasta aquí, al borde de un precipicio múltiple. Pero ya va siendo hora de que abandonemos la mentalidad de los bandos y los imperios. Dejémonos de juegos peligrosos, antes de que ellos, nos dejen a nosotros.