EL SIGLO DE LOS LÍMITES

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Impossible is nothing. Pulveriza tus límites.

Just do it. Conocemos mucho mejor algunos eslóganes que nos venden que todo es posible, que las leyes de la termodinámica, que rigen nuestra propia naturaleza y los límites que la delimitan. Y así nos va. Ese es nuestro marco de pensamiento y de él se deriva alguna de nuestras peores contradicciones.

Hay una historia que es muy interesante contar para hablar de todo esto y que esconde muchas pistas de dónde nos encontramos. En 1972, poco antes de la primera crisis del petróleo y mientras los ordenadores vivían su propia prehistoria, el Club de Roma –organismo de vanguardia científica y cultural recién fundado, que después ha sido clave en el avance de la ciencia y de la ecología política-, encargó al MIT de Massachussets un informe sobre el estado de los recursos y las variables clave para sostener nuestra civilización. Hacía poco que la metodología de la dinámica de sistemas daba sus primeros pasos, y su fundador, Jay Forrester, desarrollo varios modelos para analizar el medio ambiente, los recursos, la economía y la población.

Casi cinco décadas después, la increíble precisión de las previsiones del modelo World3 –un programa informático de simulación- es todo un hito sin parangón en cuanto a anticipación científica.

Hay que tener en cuenta que en la realidad se interrelacionan infinidad de variables imposibles de tener en cuenta –como las culturales/antropológicas de una civilización- y una complejidad que ningún modelo puede calibrar. Sin embargo, en una de las múltiples revisiones que se han hecho de la obra, la revisión de Graham Turner en 2014, se confirmó que probablemente, este sea uno de los trabajos científicos más impresionantes de la historia de la humanidad. Hace pocos meses otra revisión ha venido a reafirmar sus previsiones. 

Seguro que si el informe fue tan visionario fue aclamado en su tiempo, pensarán quizá algunos que no conozcan lo que pasó realmente. Desgraciadamente ya sabemos por experiencias previas que las grandes mentes que están algo adelantadas a su tiempo suelen sufrir ataques de quienes no son capaces de comprenderlas. La cantidad de críticas que recibió tanto el informe como sus autores, encabezados por la biofísica Donella Meadows es tan larga y tan ridícula…que  pasados los años mejor correr un tupido velo y olvidarlas sin hacer sangre, porque no revela nada bueno de nuestra especie. Tendemos a negar la verdad, si ésta nos obliga a algo que no queremos hacer. Ya lo decía el escritor Upton Sinclair:

Es muy difícil que un hombre entienda algo si su salario depende de que no lo entienda. 

Os podéis imaginar quiénes lanzaron los ataques más virulentos contra aquellos científicos que decían que había que limitar a la economía de libre mercado y pronto, para evitar un colapso. Teniendo en cuenta que expusieron esta conclusiones en plena Guerra Fría. De hecho la conclusión del informe fue: si el actual incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantiene sin variación, alcanzará los límites absolutos de crecimiento en la Tierra durante los próximos cien años. Se les llamó de todo por parte de los grandes medios, que suelen estar plegados a los intereses de la élite.

Ahora mismo nuestras sociedades están atravesando lentamente las conocidas 5 fases del duelo según el modelo de la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross. La mayoría de los países del mundo rico –y las personas que los habitamos- nos encontramos entre las etapas de negación y negociación. La primera y la tercera. La segunda es la ira y hay mucha gente también cabreada porque o no entiende y culpa a un grupo de personas de lo que está ocurriendo, o directamente no quiere entender. 

Evidente negación porque en el fondo se está haciendo muy poco, mucho menos de lo imprescindible. Negociación porque al menos los planes de transición energética (y los supuestos Green New Deals) que recorren desde Los Ángeles a Beijing pasando por Europa son un paso. Lento, demasiado lento y que favorece a los de siempre, pero al menos ya está claro que el problema está ahí y nadie se volverá a atrever a, por ejemplo, ponerle un impuesto al sol. 

Ahora es evidente que la cosa es al revés.

lo que habría que hacer es financiar estos procesos como si de una economía de guerra se tratase, porque en el fondo lo es. Es una guerra contra nosotros mismos y nuestra capacidad de autodestrucción. Contra nuestra ansia biológica, evolutiva, siempre de más, de expansión infinita. Y es perfectamente explicable si pensamos en nuestro desarrollo evolutivo: nos hemos acostumbrado durante miles de años de evolución como cazadores recolectores a ir de un sitio a otro sin preocuparnos demasiado, solo de la búsqueda del beneficio instantáneo, lo cual era lógico, miles de años dejan poso.

A veces agotábamos los recursos e íbamos a por el siguiente recodo en la extensa tierra que nos acogía. Este proceso explica por qué luego, cuando llegamos al sedentarismo, en una mayoría aplastante de los casos de choque de civilizaciones, fuimos creando conflictos con los pueblos vecinos y después ya entre estados. Está en nuestro ADN, solemos reproducirnos y cada vez ocupar y demandar más espacio y recursos. Pero hay una paradoja evidente en ésta, nuestra historia…

Digamos que en un terreno finito hay 10 civilizaciones, y 9 se adaptan a los límites, pero hay una que no lo hace y se expande sin cesar. A la larga, ¿cuál sobrevive?

Ninguna.

Las 9 que se han adaptado serán conquistadas, arrasadas por aquella que no puede dejar de expandirse y que por ello tendrá ventaja numérica y de recursos, y por tanto “por necesidad”, será la más brutal. Una vez haya conquistado al resto, en el proceso habrá generado las condiciones necesarias para su propia condena. Pues no sabrá limitarse. Sus individuos estarán acostumbrados a seguir acelerando cuando toca frenar, imposibilitados por su “evolución” para constreñirse a los límites que indudablemente existen en un planeta finito. 

De esta historia podríamos aprender tantas cosas: Es inevitable que cooperemos – buscar mentalidad de especie- para lograr acuerdos mucho más potentes que los de París.

Es necesario tolerar e incluso amar la diversidad, porque ésta existe, nos enriquece, y en cualquier caso, nadie la puede dominar. Y nos queda poco tiempo para vencer algunos desarreglos evolutivos que, de no enfrentarlos, nos condenarán a vivir periodos muy complejos como civilización que pueden acabar en un colapso abrupto, como le ha pasado ya a tantas civilizaciones (mínimo 26).

¿Y entonces? Entonces, si recordáis, quedan dos fases del duelo por pasar. Depresión y aceptación. Depresión suena a palabra fea que nadie quiere comentar, pero ese es otro de los desarreglos: como estamos muy habituados a competir por todo nos impedimos mostrar nuestras debilidades, aceptar nuestra vulnerabilidad, y al no hacerlo, paradójicamente, somos mucho más vulnerables.  

Tenemos que asumir que hemos llegado al siglo de los límites, y para eso no nos sirve el modelo actual, hay que planificar y tratar de redistribuir a la par que reducir nuestro impacto.

Que –siguiendo a la revolucionaria bióloga Lynn Margulis- lo que toca es cooperar para prosperar en un sistema en el que no dependamos de un crecimiento que ya es insostenible. Es posible. Si al menos se habla de ello, hay esperanza.

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Juan Bordera

Journalist and content creator.

02 agosto 2021 — Juan Bordera

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