THE BLACK ELEPHANT IN THE ROOM
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Casi todo el mundo sabe a qué te refieres ahora cuando hablas de cisnes negros.
Ese evento inesperado, que trastoca todos los planes que tenías y pone tu vida –o la de todos- patas arriba. Una sorpresa aparente, pero que, una vez pasado el hecho, se racionaliza, haciendo que parezca predecible y dando la impresión de que se esperaba que ocurriera. Rareza, impacto extremo y capacidad de entendimiento en retrospectiva son los tres rasgos definitorios. Hay muchos ejemplos, como la Primera Guerra Mundial o la gripe de 1918.
El concepto hace referencia a que se creía imposible ver un cisne negro, hasta que un día, se encontró el primero. Fue popularizado por el economista y ensayista libanés Nassim Nicholas Taleb en 2007, que con su obra The Black Swan –que ya ha sido traducida a más de 30 idiomas- acertó de lleno en el timing, ya que en cierta manera, predijo la crisis de Lehman Brothers y cómo ésta iba a sumir a la economía mundial en el caos los años siguientes. Luego ya vino la película de Darren Aronofsky y Natalie Portman haciendo de bailarina.
Sobre la pandemia que estamos viviendo hay debate: el propio Taleb reconoce que podría ser vista como un cisne negro por alguna gente, aunque él piensa que no lo es, ya que era bastante predecible antes de que ocurriera. Tal y como por ejemplo habían hecho Rob Wallace en su magnífico ensayo “Big Farms Make Big Flu” o el mismo Bill Gates en alguna charla TED. Si es predecible se considera al suceso más bien como un rinoceronte gris, por lo evidente del mismo. El rinoceronte gris es algo que tienes enfrente y se dirige hacia ti, según Michele Wucker, la autora del libro que popularizó la idea, y que avisa: "Deberíamos fijarnos en los tres rinocerontes grises de los que hablo siempre: desigualdad, cambio climático y productos financieros".
Probablemente, si nos pusiésemos a pensar, sacaríamos algún ejemplo más de rinoceronte gris. Como el de la más que inevitable y cercana escasez energética en un mundo de recursos finitos, o las consecuencias de la aceleración en la tasa de extinción de especies y sus efectos en la salud.
Para todos ellos en conjunto, para la intersección de las crisis que nuestro modelo económico ha generado, hay un concepto todavía más clarificador: el elefante en la habitación. Este concepto es tan popular que hay multitud de libros y autores que lo han usado para hablar de diferentes temáticas.
Simplificando, habla de un problema (o de la conjunción de varios) que todos (o al menos la mayoría) vemos, pero no hablamos apenas de él, o de cómo enfrentarlo, sobre todo por su enormidad, que nos supera. El ignorarlo provoca que aumente, que engorde aún más, alimentado por la inercia, la indiferencia y las mentiras que nos contamos para poder seguir adelante, hasta que inevitablemente, acaba por aplastar a los que estaban en la habitación.
Sin duda muchos de los problemas que se avecinan son visibles como un elefante o un rinoceronte gris, pero pueden también venir acompañados de sucesos –cisnes negros- que solo interpretaremos como lógicos a posteriori, viendo las piezas que los han desencadenado, pues no serán tan previsibles. Entre ellos podríamos contar con revueltas inesperadas y concretas, que son encendidas por pequeñas chispas (y sobre todo por lo que se ha ido acumulando), conflictos militares o eventos climáticos muy extremos, como las olas de calor sin parangón que se están registrando en Canadá, en gran parte del hemisferio norte y también en otros países más habituados a este tipo de fenómenos.
El elefante negro en la habitación es, por lo tanto, la suma de las dos posibilidades, de los dos conceptos. El problema del elefante negro en la habitación, es que la habitación ya es el planeta. El sistema basado en la globalización ha construido un palacio para muchos, respecto a las vidas que habitualmente se vivían, pero ese palacio por haber querido ser tan grande y ostentoso, es terriblemente frágil, por enorme y complejo. No se está hablando todo lo que debería del enorme problema que tiene nuestra civilización con la intersección de las crisis climática y energética, en absoluto, ni de la evidente incapacidad que tiene el sistema capitalista para solucionarlo.
El mercado libre y la mano invisible no sirven más que para seguir asfaltando el camino del caos climático y el despilfarro energético, y el que aún no lo ve, está más ciego que la justicia en los tiempos de la mayor desigualdad económica conocida.
Y aunque hay opciones alternativas, the powers that be, controlan la gran mayoría de los medios de comunicación de masas, y con ellos, adulteran el mensaje que debería llegar a la población, ocultando muchas de las alternativas. Porque, obviamente, si un día llegaran a ponerse en práctica no les beneficiarían en absoluto.
El elefante negro en la habitación es que nada crece eternamente. A diferencia de lo que pretende hacer nuestro sistema – el elefante-, que está diseñado para hacerlo y no sabe frenar. Su trayectoria nos dirige literalmente a una serie de eventos que nunca podrán ser considerados como cisnes negros, aunque lo parezcan. Y no hay un solo partido político en el mundo que hable abiertamente de ello, de la inevitabilidad de dejar de crecer cuanto antes, por cortoplacismo, miedo y falta de valor. ¿Quién lo votaría? Quizá más gente de la que podríamos pensar. En realidad nadie lo sabe, hasta que pasa, como un cisne negro.
Para mí está muy claro: la pandemia no es un Cisne Negro, ni lo será la siguiente, ni lo será la próxima sequía mortal y su efecto en las cosechas, ni el primer huracán del mediterráneo o un colapso financiero provocado por la escasez de materias cruciales.
Son fenómenos que se van a dar recurrentemente si seguimos esta inercia que no sabemos cómo parar. Y nunca sabremos cómo, si ni siquiera hablamos de ello, de cómo tenemos un elefante negro en la habitación, a centímetros de aplastarnos.