¿VERDAD O RELATO?
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Los pájaros no existen. Se han extinguido todos, y el gobierno los ha reemplazado por réplicas robóticas. Esto es lo que sostiene el movimiento Bird Aren’t Real, que cuenta con miles de seguidores en redes sociales. Los “pajaronegacionistas” no niegan que alguna vez existieron, pero el calentamiento global acabó con todos (no sólo con algunos… ¡con TODOS!) y el gobierno de los EEUU habría ocultado la extinción sustituyéndolos por drones de vigilancia. Así lo aseguran en su web y que su movimiento fue fundado en 1976. La realidad que subyace tras esto es una concienzuda broma de Peter McIndoe para mofarse de las teorías de la conspiración que inundan las redes. El problema es que una vez que la parodia se hizo viral comenzó a “volar”, y el movimiento ha tomado vida propia, con miles de estadounidenses que secundan la peregrina teoría. ¿Quién necesita demostrar científicamente nada, cuando puede hacer un delirante esquema anatómico de una paloma con cámaras en sus ojos, micrófono, batería, su cableado correspondiente y hasta su propia antena wi-fi?
Estamos en una época en la que el humor y la conspiración danzan de la mano sobre una delgada línea roja. Cada vez cuesta más diferenciar entre la ficción y la realidad, porque casi todo es posible. Técnica, natural y socialmente.
Tenemos la tecnología suficiente como para fabricar un pájaro-dron (de hecho ya se están utilizando en muchos países por parte de la policía), la credulidad para que grupos amplios de personas creen en la historia más absurda, y a la vez la credulidad para aceptar que estos así lo crean, al tiempo que tenemos la capacidad de extinción por nuestras acciones, para acabar con especies de animales. ¿Estamos mirando a las aves cuando lo que realmente lo que nos debería preocupar son las abejas?
El negacionismo está de moda. No sé si tanto serlo, como más bien presumir de ello. Lo hemos podido comprobar durante la pandemia. Negacionismo al propio virus, a sus fallecidos, a las vacunas… Un corpus ideológico no muy claro, que amalgamaba distintas teorías, algunas con su poso de realidad con otros razonamientos de lo más delirante. Nanochips, 5g, grafeno, reprogramación genética… control remoto, Nuevo Orden Mundial, Soros, Bill Gates. Por otro lado, los pocos escrúpulos de las grandes farmacéuticas (las mismas que nos tienen innecesariamente hipermedicados, conflictos de intereses, la precipitación en la creación de la vacuna, aplicación de nuevas tecnologías y la suspensión de derechos por parte de gobiernos). Como estamos observando en muchos países, el negacionismo es un fenómeno políticamente transversal, que cada extremo pretende canalizar para usarlo como arma frente a su rival. Extraer rédito a un descontento y una perplejidad ante el mundo que ya era previa al covid-19.
Era nuestra primera pandemia en un mundo tan globalizado e hiperconectado, y como muchos otros asuntos, al todopoderoso animal llamado ser humano, le ha venido grande. A posteriori podemos pensar que el encierro total fue matar moscas a cañonazos, hipotecando futuras consecuencias psicológicas derivadas de este. Por otro lado, la realidad en los hospitales obligaba a tomar medidas drásticas y sin precedentes. Era una hemorragia abierta que había que taponar como fuese (aunque fuera con las manos sucias), de ahí a acogerse a una vacuna hecha en menos tiempo posiblemente que el necesario. Los tumbos en las medidas adoptadas por los gobiernos tampoco han inspirado mucha confianza sobre la ciudadanía, sobre la que recayó todo el sacrificio, mental, vital, económico… Como en las anteriores crisis, los ricos salieron más ricos y los pobres más pobres, hartos y dañados.
Tuvimos la oportunidad de recobrar la fe en la humanidad, con las naciones aportando su conocimiento científico para elaborar una cura que como problema global, fuese administrada de manera altruista para salir todos del bache. La realidad fue la esperable, una bochornosa guerra comercial entre empresas privadas financiadas con fondos públicos, con contratos que eximían de responsabilidad a los fabricantes de posibles consecuencias. El problema a atajar era tan complicado que se optó por el trazo grueso, sin tener en cuenta los detalles, las particularidades. La población general, que carece de conocimientos científicos y médicos solamente podía confiar en una de las dos opciones (vacunarse o no), con todo lo que acarreara su decisión. Casi como una cuestión de fe o de azar. Con esto no estoy haciendo ninguna proclama, sino una descripción subjetiva de los acontecimientos en la que no sé si otras personas se están sintiendo identificadas. Mi experiencia es la de una persona que se ha vacunado, que pilló el covid, y que afortunadamente lo pasó sin ninguna gravedad. El qué me habría pasado en caso de no haberme vacunado es algo que nunca sabré.
Lleguemos a donde quería llegar. El negacionismo como síntoma de un momento social de incertidumbre, de un estado de ansiedad con motivaciones reales que necesita ser calmado. Encontrar refugio al escapar de una verdad que no se controla. Negacionistas por sistema, porque el mismo sistema los alimenta de razones y de sinrazones. En otros tiempos podía ser el abrazarse a una religión. A lo mejor deberíamos partir de un ejercicio de sinceridad, que es que todos estamos asustados. Pero no sólo por el coronavirus. De hecho para muchos, este podría ser el “menor” de nuestros problemas. El futuro no inspira confianza porque el presente no lo permite.
El comodín de la magufada no puede emplearse para atajar cualquier principio de duda, porque nos estaríamos cargando el necesario espíritu crítico que precisa nuestra sociedad. Por otra parte, nos estamos haciendo daño si dudamos constantemente de la evidencia y del esfuerzo de los demás. ¿Cuántas horas de sueño habrán perdido sanitarios y científicos en estos últimos dos años como cuestionarse que no existe la enfermedad por la que dan la vida? Sinceramente, me extraña que todavía no hayan salido negacionistas de la guerra con el actual conflicto entre Rusia y Ucrania. La tarea de ser críticos nos corresponde a nosotros, aunque es algo que la sociedad debería fomentar y cuya responsabilidad se encuentra repartida, pero sin duda, es el cuarto poder, la prensa, la que debería atribuirse un papel principal. Estamos en unos tiempos donde la mayor parte de los medios de comunicación forman parte de grandes imperios mediáticos sometidos a los intereses del gobierno y las grandes corporaciones. La figura del periodista que partiendo de un reporte, investiga sobre el tema para conseguir extraer una información elaborada, veraz, contrastada e independiente no nos debería sonar a unicornio sino que fuera lo normal, lo mínimo exigible. De la honestidad de su trabajo pueden depender muchos acontecimientos históricos porque contribuyen a corrientes de pensamiento que modelan el mundo.
Albert Camus decía “Una prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, la prensa nunca será otra cosa que mala”, y Ryszard Kapuscinski ampliaba al afirmar "Para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias". Más que nunca necesitamos una buena y libre prensa, si aspiramos a tener una buena y libre sociedad.