El deber de no hacer nada
Se acerca agosto, el mes de vacaciones por excelencia en la cuna mediterránea, y con él las largas horas de los días cálidos ocupadas con… nada. O no. Permitirse desconectar es un lujo que hoy muy pocos se dan en una sociedad que idealiza la productividad y estigmatiza el tiempo libre incluso durante las ansiadas vacaciones.
Sin embargo, dejar que la mente deambule sin control es la receta perfecta para incentivar la creatividad y la productividad. Un paseo por el bosque, una siesta en la playa, contemplar el paisaje desde un banco en la vereda del paseo...distraerse es una experiencia que compartimos todos los seres humanos y ha sido motivo de estudio durante siglos junto a la capacidad de centrar el pensamiento, en la búsqueda del equilibrio perfecto.
Vivimos rodeados de estímulos, llegando a considerar la sobrestimulación como un elemento positivo en nuestras vidas. No es casualidad que el exceso de actividades y la falta de tiempo destaquen como la principal causa de estrés.
Sin embargo, el cerebro no está preparado para la gestión de toda esa información y sólo puede prestar atención a un número limitado de cosas a la vez. Según Daniel Levitine, autor del libro “The Organized Mind” y profesor de psicología de la Universidad de McGill (Canadá) con la sobrecarga de datos, la capacidad que tenemos de focalizar la atención se ve disminuida al saltar constantemente de un tema a otro, siendo el resultado de esta actividad una fatiga mental que no hay noche de sueño que resuelva.
Cuando por el contrario, la gente deja vagabundear a la mente, esta se ocupa en uno de los procesos más interesantes de la inteligencia: la creación. Una de las actividades clave para el desarrollo personal y social.
Como parece ocurrir con todo, la virtud se encuentra entre los dos sistemas de atención que la mente humana es capaz de alternar: el primero, la atención positiva, consiste en enfocar la mente en una tarea y evitar todo tipo de distracciones; mientras que el segundo, el negativo, es el que aparece cuando la mente está divagando. Estos dos sistemas funcionan de forma inversa: cuando uno está encendido, el otro se apaga.
Durante los momentos de divagación, la mente al contrario de lo que se pueda pensar, continúa trabajando en el subconsciente. Es durante estos momentos cuando se comprende lo aprendido, se consolidan los datos recientemente adquiridos y se memoriza la información más importante; o en los que la solución a un problema que puede que hayamos arrastrado durante días se resuelva “por arte de magia”.
También es, durante estos momentos, cuando la mente descansa y se resetea. Cuando se afirma la identidad propia, se entiende el comportamiento humano y se generan códigos éticos. Porque como el refranero popular dice, “el tiempo todo lo cura, y todo lo muda”.
Por ello, durante este mes hacemos lo que pregonamos y nos vamos a descansar, ¡a cargar las pilas y a hacer nada! para volver llenos de ideas y novedades que compartir contigo.